El ‘Limpia Frijoles’
Por: El Chupete Estrada.
Juan era muy bueno para el juego del billar. Nadie quería jugar con él porque no los dejaba ni tirar. Si jugaban al pool, metía a la buchaca desde la escuadra hasta el 15, al 8, ni se diga.
Se la pasaba en los billares desde las 9 de la mañana hasta las 2 de la madrugada que era la hora en que se cerraba el negocio. Solo descansaba los domingos, y eso porque el billar se cerraba por acuerdo del reglamento municipal vigente.
Aunque no vivían con lujos, ni sus hijos y mucho menos su mujer se quejaban en lo absoluto. Acudian a sus respectivas universidades con lo más necesario. Sus cuotas estaban al corriente y nunca se vieron en la necesidad de ‘ver caras’ pidiendo dinero para el transporte. En la casa nada faltaba, recibos pagados y los alimentos cotidianos estaban en la alacena y en el refrigerador listos para ser cocinados.
Todo iba de maravilla, hasta que un día fue el acábose para Juan ya que estando arreglando una puerta de una de las recámaras de su casa, se dio un fuerte golpe con el zerrucho llevándose de encuentro tres dedos de su mano izquierda.
Aunque de inmediato fue llevado a un hospital, los doctores que lo atendieron nada pudieron hacer para injertarle los dedos de su mano porque desgraciadamente, se ‘pudrieron’ al no ponerlos en hielo en los momentos en que ocurrió el accidente.
Llorando y gritando como un demente, Juan se dejó caer en un sillón. Sentía que se le había acabado el mundo. Ya no volvería a jugar billar, pues no podría agarrar el taco correctamente.
Al pasar dos meses decidió probar suerte, no podía ni agarrar el taco y aun así retaba a los demás jugadores. Hubo quienes comprendieron su situación y no quisieron jugar con él, pero otros, a los que en algunas ocasiones les había ganado su dinero, decidieron cobrar venganza y no lo dejaban dinero ni para el camión.
Su familia le aconsejaba que ya no jugara más, que se olvidara del billar, pero Juan, terco como una mula, en poco tiempo acabó con los ahorros de la familia. No le quedó más remedio que alejarse de los billares para siempre.
Su señora esposa se tuvo que poner a trabajar para ayudar en los gastos del hogar, mientras que sus tres hijos decidieron contratar servicios de telefonía de los más económicos y acordaron no pedir ropa ni zapatos de marca al menos hasta que su progenitor encontrara un trabajo remunerativo.
Juan apoyaba a su mujer en la cocina, mientras ella se iba a trabajar, él limpiaba y cocía los frijoles. Al llegar su esposa e hijos de la escuela y el trabajo respectivamente, ya les tenía lista la cena y hasta el lonche que se iban a llevar al siguiente día.
Todo ocurría en la más completa calma. Su señora trabajando, sus hijos estudiando y él cocinando y limpiando la casa. A Juan no le importaba lo que dijeran sus vecinos y mucho menos su antiguos amigos del billar. Se sentía feliz.
Lavaba la ropa; sacaba la basura; cocinaba los alimentos para él y su familia; se encargaba de pagar los recibos con el dinero que le daba su mujer, –dinero que por cierto, le alcanzaba para beberse todas las noches un six de cervezas de color rojo, de esas que son para hombres–, y hasta se daba tiempo para ver algunas películas en el roku.
En pocas palabras se la estaba pasando como mago americano. No fue hasta que un día llegó su mujer echa una furia reclamándole su conducta, pues una amiga de su infancia le comentó que habían visto salir de la casa a una vecina que en la colonia tenía muy mala reputación.
Al sentirse descubierto, Juan decidió agarrar sus cosas y largarse para siempre de aquella casa. Su mujer no le dijo nada, solo abrió la puerta y prácticamente se la cerró en sus narices.
Ya pasaron algunos años, sus hijos terminaron sus carreras y ahora trabajan en algunas empresas de la localidad donde perciben jugosos sueldos. Su mujer ya no trabaja y se la pasa viendo telenovelas en el roku.
Juan, por su parte, consiguió empleo como limpia frijoles en un restaurante de lujo, en donde por cierto le pagan un buen salario ya que en menos de tres minutos limpia un kilo de frijol. Es admirado por propios y extraños por ese fabuloso don.
Y del billar dice que ya ni se acuerda. Al menos eso es lo que les cuenta a sus compañeros del restaurante.
Nota: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
FIN.