¡EL TESORERO QUE SIEMPRE CAE PARADO!
Por: Ernesto Cantú Murillo.
Hay funcionarios que parecen tener suerte, pero la de Marcos Rodríguez Durán va más allá: este hombre tiene padrino que lo ha arropado desde hace ya muchos años.
Hay que reconocerle que ha sabido moverse como pocos dentro del círculo de poder, y por eso mientras muchos entran y salen del Ayuntamiento con cada cambio de Alcalde, él siempre cae parado.
Rodríguez Durán se ha vuelto casi una leyenda administrativa. Fue Tesorero con César Garza Villarreal cuando éste fue Alcalde de Guadalupe, repitió con él en las dos o tres administraciones en Apodaca, y hoy sigue firme en el mismo cargo, ahora bajo el mando del hijo, César Garza Arredondo. O sea, ha servido al padre y ahora al heredero político. Pocos pueden presumir semejante continuidad.
Claro, nada de esto es casualidad. Su padrino de lujo es precisamente César Garza Villarreal, actual Secretario del Ayuntamiento de Monterrey, uno de los políticos con largos colmillos en la zona metropolitana.
Gracias a esa cercanía, Rodríguez Durán se ha mantenido como pieza clave del engranaje financiero apodaquense con poder suficiente para ‘hacer y desahacer’ a su antojo.
Dentro del municipio muchos comentan que el Tesorero tiene sus ‘consentidos’ a la hora de liberar pagos, y que no todos los proveedores reciben el mismo trato. Lo más curioso –y para algunos indignante– es que Apodaca sigue pagando con cheques, obligando a los beneficiarios a pasar por la famosa ventanilla de egresos, cuando la mayoría de los municipios ya hacen todo por transferencia electrónica, más rápida, moderna y transparente.
Pero así es Apodaca.
Los discursos son nuevos, las caras cambian, pero las costumbres viejas se mantienen. Y en medio de todo, Marcos Rodríguez Durán sigue firme, cuidando la caja municipal como si fuera suya, protegido por su experiencia, su astucia y claro, por un nombre y un apellido de mucho peso.
En tiempos donde se habla de renovación y de nuevos liderazgos, él es la prueba viviente de que en la política local los verdaderos ‘intocables’ no siempre están en los reflectores, sino detrás del escritorio donde se firman los cheques.
¡De ese pelo!
